Me gustaría ver La casa del dragón con los ojos con los que la ve Guadalupe Fiñana, la señora sevillana conocida en Instagram como la abuela de dragones. Con esa pasión que le ha granjeado un cameo en esta temporada. En realidad, me gustaría ver toda la televisión con su espíritu curioso y lúdico. No puedo sentarme frente a un partido de tenis emocionante, como la final masculina de los Juegos Olímpicos entre Alcaraz y Djokovic, sin acordarme de una frase suya también dirigida a los dos tenistas, pero tras la final de Wimbledon 2023: “Qué camita vais a coger los dos”.
El caso es que me gustaría ver la precuela de Juego de tronos con su fervor, pero no lo he conseguido. Seguí Juego de tronos con devoción; había leído antes todas las novelas publicadas de la saga, me subí a la ola desde el principio y aguanté surfeándola sus ocho temporadas. Con sus más y sus menos, la disfruté, incluso en sus horas más bajas, y eso que tuve que dedicar horas y horas de escritura a alimentar el monstruo de las galletas del SEO, en aquel momento insaciable con la serie. Ahora tengo la sensación de que aquella era otra persona.
Terminé la primera temporada de La casa del dragón con esfuerzo y esta segunda la he visto a trompicones. Disfruto de la historia de Rhaenyra y Alicent como si fuera un Ricas y famosas en Poniente, pero de poco más. Y no soy la única. Muchísimos seguidores se han ido, y muchos de los que resisten han criticado esta temporada argumentando que no avanza la trama. Como si Juego de tronos no nos hubiese dado temporadas cuasi contemplativas también.
El problema no es que La casa del dragón sea peor que Juego de tronos. El problema es que no es Juego de tronos y que el momento de Juego de tronos ya pasó, las luces se encendieron, nos vimos las caras y salimos del local felices, exhaustos y confundidos. La obsesión por las franquicias que devora el cine taquillero es la misma que hay detrás de la legión de series derivadas del universo creado por George R. R. Martin que siguen en marcha. Una que ordeña la teta de la vaca hasta dejarla seca, ajena a los versos de Manuel Alejandro que podrían haber sido lema de Juego de tronos: “Jamás pensamos nunca en el invierno, pero el invierno llega aunque no quieras”.
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